Tras un Día 1 interesante encaré la segunda jornada, sábado 23 de septiembre de 2017, con cansancio pero esperanza. Y todas mis expectativas fueron superadas enormemente, pues gocé de un gran día, en el que visioné cinco notables trabajos, muy diferentes entre sí pero igualmente exitosos en el alcance de sus objetivos. Distintas naciones, distintos géneros y creadores en distintos momentos profesionales y personales, pero finos en esta ocasión. Un día más difícil de digerir y exigente para el espectador, pero más fructífero como recompensa.
A las 09:30 retorné un año después al hermosísimo Teatro Victoria Eugenia con una proyección de la Sección Oficial: el drama francés Le doleur/Memoir du pain, adaptación de la novela autobiográfica homónima de Margueritte Duras dirigida por Emmanuel Finkiel y protagonizado por una excelsa Mélanie Thierry. En el Paris ocupado por los nazis en 1944 el marido de Margueritte, el activo en la resistencia Robert Antelme, es hecho prisionero político. Vendrán años de reclusión, espera, soledad y dolor, en los que llevará a cabo una silenciosa lucha clandestina para lograr su regreso y liberarle de las garras de la Gestapo con la ayuda de colaboradores varones. Un filme literario de dispositivo narrativo potente y críptico, narración en primera persona con constante e introspectiva voz en off y asfixiantes planos cerrados. Película hermética y estelizada que retrata psicológicamente con minuciosidad a su personaje femenino central, poderoso y bien interpretado. Una película de excelente dirección artística y sobria música que refuerzan su ascetismo sobrio e incómodo, que se ve lastrada de todos modos por su lento ritmo, larga duración y carece de más personajes de interés o líneas narrativas que doten de matices las literarias reflexiones de Duras. Con todo, es un ejercicio ejecutado con mucho gusto en el que, aunque cueste entrar, seduce de manera paulatina hasta desembocar en un satisfactorio clímax. Una nueva y fresca mirada al sufrimiento de la Segunda Guerra Mundial, y una ingeniosa concreción del horror general en un malsano caso particular. 7,4/10
A las 12:00, y sin abandonar el Victoria Eugenia, retomamos las perlas para degustar el extraño cambio de registro de un nombre familiar en el festival y también en este blog: el nipón Hirokazu Kore-eda y su incursión en el thriller judicial con El tercer asesinato, que se estrenó este año en Venecia. El abogado Shigemori y el equipo de colaboradores de su gabinete reciben el encargo de defender al misterioso Misumi, quien reconoce haber asesinado a su jefe, que recientemente le había despedido. El caso se antoja perdido desde el principio, pero conforme ellos investiguen el pasado criminal del sospechoso e interroguen a la mujer e hija de la víctima e indaguen en sus secretos, la línea entre verdad y mentira y justicia e injusticia se difuminarán y cada vez será menos claro quién es culpable y quién inocente. Un filme clásico de investigación criminal elevado por encima de su argumento por la excelencia formal y tonal del filme, que pese a su distanciamiento del cine de familias al que el realizador nos tiene acostumbrados mantiene elementos reconocibles de su estilo (personajes comiendo con fruición y humor patetoide asiático. La fotografía de Mikiya Takimoto es extraordinaria, panorámica y con encuadres armónicos en continuo movimiento, y las melodías de Ludovico Einaudi refuerzan la intriga y la potencia sensorial del revelador clímax, abierto a la interpretación y con inesperados giros argumentales. Filme denso, tejido con cálculo desde el inicio y ambicioso en su reflexión sobre los dilemas morales de la ejecución de la justicia. Y en esa confusión y enrevesamiento se halla una pega, pero la mayor es el tranquilo ritmo de desarrollo y la falta de garra y pulsión de la primera mitad del relato. Y sis sus películas más aplaudidas se diferencian por su estilo narrativo, es este un thriller muy efectivo pero que no ofrece nada a nivel temático o narrativo que no nos sea familiar. Pese a todo, una demostración más del oficio de su talentoso realizador. 7,6/10
Tras ignorar hoy la Sección de Nuevos Directores para degustar el excelso Sushi donostiarra de Kenji, volví al Principal a las 16:00 para visionar otra perla, en esta ocasión la ganadora del Oso de oro de la última Berlinale: la húngara En cuerpo y alma, comedia romántica nigérrima dirigida por Ildikó Enyedi. Endre, un señor de mediana edad, es un hombre reservado y seco con un brazo paralizado que dirige un solvente matadero. Durante unos días reciben la visita pasajera de una nueva inspectora de calidad, la robótica, fría, torpe emocionalmente y calculadora Maria, solitaria e incomprendida desde su matemática neurosis. Tras un incidente laboral con un afrodisíaco para reses descubrirán una revelación sorprendente: se encuentran todas las noches en sueños, encarnados en ciervos que se encuentran en paisajes nevados. A partir de este vínculo tan especial comenzarán una extraña y torpe relación de amor. Un tierno romance anegado en corrosivo humor negro y estilo de encuadres de aséptica sordidez, divirtiendo y asombrando desde un mundo anómalo y mágico, recurriendo de manera poética a la sugerente figura del ciervo y al agreste paraje natural como escenario onírico de liberación del deseo. Una narración de caricatura, absurdo y cotidianidad desglamourada reforzada por unos personajes entrañables y matizados pese a sus taras y sus dificultades de sociabilización. Un filme que funciona por su extravagancia y lo novedoso de su premisa, aderezado por una atmósfera tragicómica y un tono corrosivo a la par que optimista que hacen de ella una bonita historia de antihéroes fríos y poco empáticos, pero cargados de alma y de verdad dentro de las reglas de esta realidad. Este relato de inadaptados y sociópatas recurre a la violencia y a la carne con un enfoque cínico y escabroso que sin duda entra en regodeos, y el despliegue del nudo y desenlace entra en convencionalismos románticos. Y la puesta en escena, pese a cierta habilidad al encuadrar o al acierto estético de las escenas con los ciervos, tal vez lo mejor de la cinta, no está ni mucho menos a la altura del ingenioso y diferente guión. Con todo, un giro refrescante a la comedia romántica que me hizo pasar un gran rato de principio a fin, y que ofrecerá elementos de interés para todo el mundo. 8,0/10
A las 19:00 se proyectó en el Principal una de las propuestas de cine patrio con más expectación de la Sección oficial: el drama histórico vasco basado en hechos reales Handia, dirigida por Aitor Arregi y Jon Garaño y escrita por Jose Mari Goenaga, mismo equipo creativo de la aplaudida Loreak. Martín y Joaquín son dos hermanos que viven en un caserío familiar en la Guipuzcoa de 1823. Martín, el mayor, es enviado a la fuerza a luchar en las guerras carlistas, y cuando vuelve a casa descubre que su hermano Joaquín ha contraído gigantismo y es cada vez un hombre más alto. Convencido de los beneficios comerciales que pueden obtenerse de la anomalía de su hermano, ambos se desplazan por Europa en un espectáculo ambulante para ver al hombre más grande de la Tierra, que hará ganar mucho dinero a Martín que transformará las relaciones, desgracias y el porvenir de Joaquín y de la familia para siempre en el futuro. Un trágico retrato de la caída a los infiernos del avaro y de la reclusión social del extraño, y una escenificación de cómo los negocios se interponen en el bienestar de las personas que se quieren, produciendo en última instancia una vida de extrañeza y malsabores en su antaño querido hermano que tiempo ha que dejó de ser un igual. Cine de época clásico, y un relato tradicional ejecutado con oficio y producido con tino, sensibilidad, belleza y un tratamiento asceta pero sonoramente impactante y emocionalmente triste, en una narración que pese a dar cabida a la felicidad en su clímax pocas alegrías ofrece durante el trayecto a sus desafortunados personajes. Nada impacta o revoluciona a nivel temático o formal (no en vano es producción modesta muy bien solventada pero con ciertas soluciones lejanas a una completa inmersión en el relato), la escasa simpatía de los personajes no acorta la distancia del espectador con ellos y el desarrollo sigue cursos razonables sin garbo, pero con todo es una grata sorpresa y un claro ejemplo de que hay voces con mucho que decir y ganas de narrar pese a sus exiguos medios en los confines de nuestro cine. 7,0/10
Y cerré el día a las 22:00 en el Principal con una Proyección especial por motivo del premio Donostia a la legendaria directora francesa de documentales Agnés Varda: el documental codirigido por ella y JR Caras, lugares, una de las mayores sensaciones críticas del último Cannes. Agnés y el fotógrafo JR son dos artistas que se admiran mutuamente y que llevaban años queriendo trabajar en colaboración, grabando una película juntos. Montados en una caravana decorada con forma de cámara analógica gigante, recorrerán las carreteras de la campiña francesa en busca de pueblos y de sus humildes gigantes, de los que pretenden tomar fotos y empapelar muros o estructuras urbanas con reproducciones a gran escala de las mismas. Un proyecto artístico libre que homenajea el arte, la vida del campo y la humanidad más íntima y cercana, un canto a las virtudes de la vida campestre y a la verdad personal de cada persona como receptor de belleza digno de foco. Un viaje esperanzador, vitalista y alegre que divierte y nos acongoja el alma con las más sinceras risas, mientras seguimos las desventuras de estos artistas de sensible mirada y depurado punto de vista, en una expresión de sus inquietudes y acervo que transpira sabiduría y cine por los cuatro costados. Una película sencilla pero sincera, un trabajo modesto pero con enorme corazón, y una humildad y bondad fílmica como en pocas ocasiones se ve en estos tiempos de cinismo. Hermosa y optimista, la mejor película del festival por ahora. 8,1/10
Y con estas líneas concluye mis reflexiones sobre el segundo día, una jornada afectada por el poco sueño pero anegada de propuestas de gran cine, ricas y elocuentes, todas ellas punto de partida para la reflexión que bien merecen ser revisitadas con calma. Nos reencontramos en un Día 3 que difícilmente mantendrá este nivel, pero que no por ello debe invitar a la decepción sino a la curiosidad ante el mar que está por llegar. Un mar en el que espero zambullirme con energías renovadas.