Manteniendo las mejores costumbres, en octubre de 2019 regreso por tercera vez a la Seminci. Una estancia esta breve, de apenas cuatro días, en la que podré degustar de numerosos cortometrajes y largometrajes de distintas geografías, temáticas y géneros, venidos de los mejores festivales del mundo y repartidos alrededor de tres secciones. No habrá cobertura en vídeo en directo, pero sí entradas diarias de cada jornada al finalizar la misma, costumbre que tengo algo abandonada recientemente y que es un placer recuperar. Comencemos.
Cómo marca la tradición, el sábado sólo es posible ver cuatro películas, y la primera sesión no tiene lugar hasta bien avanzada la mañana. A las 11:40, en un pase de prensa en el señero Teatro Carrión, pude disfrutar de la película inaugural del festival. Por tercer año consecutivo era una película española. En este caso, Intemperie, adaptación de la novela de Jesús Carrasco dirigida por Benito Zambrano. Historia ambientada en 1946 en la que un muchacho, mientras huye por el vasto desierto andaluz de un despiadado capataz (Luis Callejo), hará amistad con un solitario pastor (Luis Tosar). Un western español de extrema dureza y sequedad, lleno de incuestionables virtudes que la hacen un filme a tener en cuenta. Un trabajo realizado con mucha solvencia, aunando un eficaz trabajo de cámara con un excelente manejo de la tensión y la congoja en sus secuencias de acción, así como un constante suspense. Las elecciones de localizaciones son exquisitas, siendo las estepas que sirven de escenario un personaje más captado con finura. Gran trabajo de los intérpretes, en particular el demoníaco Callejo y el debutante Jaime López. Con todo, es una película que se queda a varios pasos del notable, y va perdiendo fuerza conforme avanza. Aunque impactante, es un tanto plana, y por momentos todo queda expresado de una manera simplificadora. Reiterativo y enfático es el uso de la banda sonora, y a fin de provocar impacto el filme deja secuencias burdas, con otras que se ven venir a leguas. Pese a ello, una muy noble inauguración que prueba el buen nivel del audiovisual patrio en 2019. 6,8/10
Tras la suculenta ingesta de alimentas, llegó la siempre conflictiva primera sesión de la tarde, de vuelta en el Carrión y dedicada en esta ocasión a la segunda sección del Festival, Punto de encuentro. Como manda la Seminci, una doble sesión. Para abrir boca, el excelente cortometraje The van, dirigido por Erenik Beqiri y presentada en el último Cannes. Concisa pero impactante historia de gran dispositivo visual, recurriendo a asfixiantes primeros planos y al formato 4/3 para conocer la desoladora rutina de un muchacho albano que para poder cumplir sus sueños y viajar a Francia deberá ganar pequeñas cantidades de dinero en combates a puño desnudo en la trasera de una furgoneta. 7,5/10. Y después, la comedia turca Küçük Seyler, trabajo de Kivanç Sezer que compitió en el último Festival de Karlovy Vary. La historia de un joven ejecutivo que se ve relegado al paro y que durante los próximos meses permanecerá absorto en sus alucinaciones de cebras y acomodada desidia mientras su entorno desea que encuentre un nuevo empleo. Una sátira con desvíos hacia el delirio que comienza absurda y se torna amarga y depresiva. Un relato caústico y sórdido a la par que certero sobre la tragedia contemporánea de aquellos ciudadanos que quedan fuera de la rueda del empleo y se ven obligados por todas partes a reintegrarse en ella para ser considerados. Un hombre convertido en paria por su desidia y ausencia de trabajo que le defina. Un marido que, por inacción, ve como su vida se resquebraja. Un filme atractivo que, sin embargo, dejo frío al que escribe esta entrada. Es divertido, pero no tanto. Y por lo demás, no trasciende la curiosidad, en una película muy modesta y poco creativa en su factura visual. Una película diferente que tendrá difícil ser recordada. 6,5/10
Con escaso margen para la reflexión, la calificación y el desplazamiento, fue el momento de otra doble sesión. Un pase de prensa de la Sección Oficial, por vez primera este año en el Teatro Cervantes. Primero, el cortometraje de animación portugués Tío Tomás, a contabilidade dos dias. Un bello ejercicio sentido elegante, exhibición en pocos minutos de un estilo de animación de arrebatadora belleza y exquisita banda sonora. Oda a la figura del hombre humilde y sencillo, del que vive su vida recogido y sin aspavientos, encerrado en su contabilidad pero con derecho a ser amado. Lástima que salvando la estética su abstracto argumento resulta confuso, pero aún con ello muy disfrutable. 7,2/10. Acto seguido, la comedia franco-tunecina Un divan à Tunis, que se hizo con el premio del público de la sección Giornati Degli Autori en el último Festival de Venecia. La aventura de Selena, una joven nacida en Túnez que regresa allí tras años viviendo en Francia con la intención de fundar su propia consulta de psicoanálisis. Una ambición asequible a priori pero que supondrá todo un quebradero de cabeza interminable por los innumerables obstáculos burocráticos, policiales, familiares y culturales que encontrará por el camino, ante los cuales no se rendirá. Una historia que representa y crítica de manera certera y lúcida desde una escala reducida la inoperancia y anquilosamiento estructural que lastra al gobierno y cuerpo policial tunecino, una sociedad que aún arrastra un larvado racismo y desprecio hacia inmigrantes y foráneos que no sigan su religión y cultura, por mucho que provengan de su misma tierra. Una película muy divertida y competentemente realizada, con una excelente Golshifteh Farahani como protagonista. Pero es un desperdicio ver como el filme se decanta por un tono ñoño y blando y se entrega a derivas narrativas sentimentaloides propia del cine comercial forjado en América. Una película eficaz ante el gran pública, pero ligera y acomodada. 6,2/10
Y como postre a este primer día, mantenerse en el Cervantes para mi única incursión este año a la sección de documentales del festival, Tiempo de Historia. Pero iba precedido de otro cortometraje, en este caso del exótico y sorprendente Frisson d´amour, dirigido por Maxence Stamatiadis y presentado en el último Festival de Locarno. Una anciana adicta a Internet que extraña a su marido Edoard, el cual reaparece doblado por otro actor en esta pieza homenaje que no entiende de ataduras ni convenciones. Experimento fascinante que juega con los grafismos y la imagen, combinando texturas o deformándolas jugando con las soluciones visuales que ofrecen las herramientas de tratamiento de imagen en Internet. Aquel que no guste del cine experimental, que huya. Para el resto, realmente recomendable. 7,3/10. Y como capítulo final, el documental finlandés The magic life of V, del realizador búlgaro Tonislav Hristov. Historia de una joven que participa muy a menudo en juegos de roles en vivo para huir de la lacerante realidad que siente cada vez que visita a su discapacitado hermano, que quedó muy afectado por los abusos que les inflingió su ahora ausente padre durante la infancia. Un documental que paulatinamente nos atrapa gracias a la fuerza de su tema, la humanidad y encanto de su protagonista y la hermosa fotografía de Alexander Stanishev. Fresco y atractivo resulta el recurso de los Juego de Roles de Acción en Vivo como herramienta expresiva y melancólica. Pese a todo, el asunto a tratar sigue siendo mucho más rico que el documental en sí mismo, que podría haber dado mucho más de sí. Demasiado llano y transparente, estancado en instancias varias en el melodrama. 6,4/10.
Un día de acogedora bienvenida pero de tibia cosecha, con tan sólo una película plenamente satisfactoria y la confirmación de una tendencia llamativa en la Seminci: los cortometrajes son mejores que los largometrajes. Esperaba un segundo día de películas muy sabrosas. Ardo en deseos de ver si cumplen las expectativas.