Aplaudida de manera entusiasta por crítica y público en ultramar y dentro de nuestras fronteras, la película de terror Déjame salir, debut en la dirección del cómico norteamericano televisivo Jordan Peele (y producida por Blumhouse Productiones, experta en cine de género barato que triunfa en taquilla lo suficiente como para compensar con creces la inversión), se tornó pronto en una de las revelaciones de la temporada, a falta de oír a las voces críticas que más valoro. Pero el impacto ya estaba logrado, y como buen cinéfilo al día de la actualidad el interés era evidente y el visionado era cuestión de tiempo. Un visionado receloso, pero confiado. Y la facción más crítica de mi facción de espectador quedó gratificado y, en parte, sorprendido. No nos encontramos ante una obra maestra o una película extraordinaria, pero sí ante una trepidante, efectiva, compacta y muy acertada, bien construida y narrativamente interesante. Un ejemplo más de cine de género inteligente y bien hecho, que hará las delicias del aficionado y del ajeno.
El fotógrafo negro Chris (Daniel Kaluuya) mantiene una relación sentimental con Rose, que le propone visitar a sus padres en su casa en un área residencial durante el fin de semana. Desde el primer minuto en este hogar Chris se siente incómodo y percibe un ambiente hostil en el que hay gato encerrado. Todo el servicio son gente de color, y gente con un comportamiento extraño y antinatural. Tras una fiesta con más ancianos blancos descubrirá que corre peligro, pues es deseado por esta comunidad con fines perversos. Una historia de colonialismo en nuestros días, hipnosis, desapariciones y lobotomías. Una historia de familias sectarios y romances cebo, y una original historia de terror que aporta una mirada diferente al aún fresco problema del racismo. Un relato que huye de los monstruos, el impacto fácil o los equívocos para tejer una tela de araña que se va desenredando a un ritmo acertado en una estructura graduada que va de menos a más y en la que nunca decae el interés. Un ejercicio de tensión y suspense eficazmente dirigido, por un debutante que en absoluto lo parece, que se muestra como un realizador que planifica las escenas con gusto, apoyado por la fotografía de Toby Oliver. Una historia que nunca se explaya en los terrenos de lo predecible, y que pese a ser terrorífica hace un buen uso del humor y recurre a él de una manera nada forzada (mayormente a través de cierto personaje que funciona sorprendentemente bien). El uso de la iconografía se muestra acertado en la película, cargado de simbología (imposible no captar las implicaciones telúricas de la figura del ciervo).
El relato de Déjame salir fluye con organicidad, pero durante todo el metraje en engranaje de su estructura no impide que siempre tengamos la sensación de estar viendo una película. Las interpretaciones nunca acaban de ser realistas, como tampoco se siente así el diálogo, y múltiples comportamientos se muestran forzados en busca del impacto efectista. Igualmente el tejido audiovisual es hermoso pero no logra una sumersión extremo en la trama, disfrutando el continente sin centrarnos únicamente en el contenido, viéndose los mecanismos que conforman el constructo, a lo que ayudan unas elecciones musicales hermosas pero evidentes de cara a indicar lo que el espectador debe esperar a continuación. Y pese a su inteligente guión, abusa de más de ciertos sustos y golpes de efecto, daños colaterales comunes en el cine de terror.
Trepidante, ingeniosa y medida, Déjame salir es una de las películas de terror del año, pero le falta finura para llegar a ser una obra realmente notable. 7,3/10