Gracias a Paramount España pude ver en la Academia de Cine de la calle Zurbano un pase de prensa de otra de las favoritas para los Óscar: Vallas, adaptación de la obra teatral homónima de August Wilson dirigida por Denzel Washington, que junto a Viola Davis ya la protagonizó durante muchos años sobre un escenario. Un ejercicio de cine racial que da rienda suelta al lucimiento de sus intérpretes. Una producción de envergadura que si bien no captó mi atención por su tema, un elenco como este en una importante película de estudio es siempre un factor a valorar. Pese a tener muchos motivos para no hacerlo, sigo con interés la campaña de premios todos los años, y esta era una gran ocasión de mantenerme al día, algo difícil en la vorágine de estrenos oscarizables del primer trimestre. Y abandoné la academia tras 129 minutos con una sensación agridulce. El filme ofrece buenas interpretaciones y un contenido temático denso y humanamente complejo, pero el todo nunca me sedujo, siendo un constructo que no fluye orgánico y que cede su argumento al continuo lucimiento de sus actantes en intensos diálogos en los que se transmiten emociones a martillazos.
Troy Maxson (un destructivo y apasionado Denzel Washington) vive en el Pittsburgh de los años 50 recogiendo basura. Comparte hogar con su entregada mujer Rose (una Viola Davis penitente con tremenda presencia), que le insiste en que construya una valla en ese jardín en el que bebe con su amigo Bono (Stephen McKinley Henderson). Una valla que sólo contruirá con la ayuda de su hijo menor Cory ( Jovan Adepo), que a diferencia de su ambulante hermano mayor (música de garito que solicita dinero al nido) desea dedicarse íntegramente al beisból, en un intento de emular a su padre del que este reniega profundamente, forzándole a buscar un empleo. La familia orbita alrededor de la inestable figura de Troy, el renegante de sí mismo, que impone respeto e incluso miedo, y que marca el entorno con su pasado, sus decisiones y sus errores. Un retrato de las familias pobres de barrios humildes. Para más inri, de color, en una época ardua para ellos. Una recreación de esa milenaria institución que rige la genética y que subsiste el paso del tiempo pese a los conflictos y las divergencias. Pese a las tonterías que se han dicho, el filme sí que tiene un aspecto formal cinematográfico, filmado en hermosos y largos planos amplios de consistente duración que reencuadran con costumbre, empezando antes siquiera de que los personajes sobre los que orbita la escena estén presentes en plano. El diseño de producción recrea con acierto los escenarios de la obra, y la realización de Denzel deja respirar a los actores. Es un relato al servicio de estos, y tienen el espacio y tiempo necesario para desahogarse a gusto con sus largos diálogos.
Si bien el filme busca la exhibición dramática de su reparto, uno tiene la sensación de que está viendo constantemente gente actuando, y que el de por sí pueril relato se pliega y detiene en pos de sus histriónicas declamaciones. El mensaje se nos grita a la cara en una historia descompensada de ritmo que carece de cualquier tipo de fluidez orgánico, produciendo en el espectador una saturación reiterativa ante tanto llanto y arrepentimiento. Es teatro bien realizado, pero desde el punto de vista del guión, sigue siendo teatro. Y uno, además, en el que pese a conocerlos bien no nos implicamos nunca en la tragedia de los Braxston.
Vallas es un ejemplo más de cine clásico competentemente facturado y, moralmente, del gusto de los académicos. Pero foco mediático aparte, la adaptación de Denzel nos ofrece una experiencia grata pero en absoluto memorable. 6/10