El mostoleño Raúl Arévalo lleva años trabajando sin freno y demostrando que es uno de los mejores actores patrios de la actualidad. Y ahora, tras 8 años intentando llevarla a cabo, debuta como director, buscando la excelencia en ambas disciplinas. Y de momento, tras un estreno portentoso en Venecia, podemos afirmar que lo ha conseguido. Tarde para la ira es un violento y potente relato de rencillas, rencores, dolor y familias desestructuradas, interpretado con solvencia y filmado con garra, que se suma a una ya extensa lista de perlas del cine ibérico.
Curro, un hombre iracundo de barrio humilde, colabora en calidad de conductor en un atraco a una joyería que se tuerce estrepitosamente, con dueño de joyería en estado grave, dependienta fallecida, y Curro entre rejas. 8 años después, conocemos a José, un hombre reservado que frecuenta a menudo el bar de su amigo Juanjo, hermano de Ana, mujer del encarcelado Curro y madre de su hijo. Amigo de la familia y recurrente visitante de este barrio, desarrollará una irrefrenable pasión hacia Ana, madre soltera que ve al padre en vis a vis. La pasión será correspondida, pero todo cambiará cuando el violento Curro salga libre con condena cumplida (el único que la sufrió). Pronto descubriremos que el tímido José tiene un plan inesperado, y opera con unos motivos personales y una determinación anclada en unos sentimientos imborrables desde un turbulento pasado. Personajes destrozados y dolores irreconciliables. Barrios obreros de Madrid y los territorios castizos de Castilla como telón de fondo para un thriller de venganzas duro, directo y realista. Referencias internacionales argamasadas en una película de identidad nacional y una propuesta fotográfica singular y magnética. Y de nuevo parece que empieza a crearse un buen método de dirección de actores en España. Todos rinden a un alto nivel, sorprendiendo el siempre secundario Luis Callejo y un breve pero hilarante Manolo Solo (que ya brilló en B). Ruth García ofrece una secundaria con carácter, pero frágil, seductora e independiente.
Como ya ocurriera en la magistral Carol, Raúl Arévalo ha optado por filmar en película fotoquímica de 16 mm, un formato en desuso que ofrece un grano y una textura visual muy cruda, poco frecuente en el cine de hoy. Y sobre todo, lo particular del filme es su apuesta por una realización estructurada en asfixiantes planos cerrados de amplia duración, tomados cámara en mano. Un estilo agresivo en un primer contacto que te atrapa gradualmente e imprime al filme un estilo directo y dinámico, de mucho verismo e inmediatez. Y no puedo olvidar mencionar el excepcional trabajo de dirección artística, pues aunque sórdido y realista el filme está tremendamente estilizado. Cómo ya sucediera en la apreciable Toro, partiendo de unas ambiciosas, claras y nada españolas referencias (enseguida nos viene a la cabeza la sublime Un profeta de Jacques Audiard), el filme integra elementos propios de la cultura y el escenario hispano (la música, los bares, los pueblos, la vida del campo) de una manera armoniosa logrando que no sólo funcionen como telón de fondo, sino que doten al filme de una identidad propia. Las localizaciones son naturales y típicas, pero estéticamente poderosas en el contexto narrativo.
Bruta e inesperada, clásico cine de venganzas, el debut de Arévalo se ha hecho un hueco en el mejor cine español de lo que llevamos de siglo, y nos pone los dientes largos ante el porvenir del que se se intuye un gran director, que promete seguir brindándonos grandes alegrías. 8/10