Gracias a Diamond Films pude acudir a los Cines Renoir Princesa de Madrid a ver un pase de prensa a una de las películas más nominadas de la próxima edición de los óscar: la australiana León, basada en hechos reales. Una historia que volvía a la India (capitalizando en el recuerdo de Slumdog Millionaire en su márketing para captar espectadores) para narrar una historia de pobreza y cine social, apelando al vínculo familiar y al reencuentro con la familia extraviada. Una película de la que, como en otros pases, no esperaba nada, pero el aspecto visual y su argumento prometían que como poco vería una película muy interesante. Y la película resultante, una obra muy emotiva dirigida al gran público (que sin duda llorará con este muy accesible drama), demuestra que una vez más la realidad supera la ficción. Pese a cierta manipulación emocional y un tono sensiblero transmitido a gritos, su estupenda factura técnica y lo excepcional de su argumento consiguen que nos derrumbemos emocionalmente con una película muy correcta.
Saroo (un excelente Sunny Pawar) es un infante hindú de cinco años de edad que, junto con su hermano Guddu (una figura paterna para él), malvive en un poblado de adobe del norte de la India sacando dinerillo vendiendo carbón o rescatando las propinas abandonadas en el suelo de los vagones de tren. Cuando no cuidan a su hermana pequeña cuando no puede su madre, acarreadora de piedras. Una noche de rapiña en la estación, Saroo queda dormido en un banco y Guddu parte con la promesa de volver. Preocupado por la demora, Saroo le busca dentro de un tren vacío, dónde cae dormido. Al día siguiente asistirá impotente a la salida de este tren de mercancías que parte vacío sin paradas en su recorrido. Dos días después se hallará en Calcuta, a 1600 km de su hogar, perdido y sin conocer palabra del bengalí. Tras días vagando por las calles, es transportado a un orfanato y posteriormente adoptado por una familia australiana (con una madre inspiradamente interpretada por Nicole Kidman), con la que llevará una vida de ensueño con su hermano adoptivo Mantosh. Años después, le atormentará el recuerdo de sus orígenes y la necesidad de reencontrarse con los suyos. Una historia de vínculos familiares, amor más allá de la distancia y el tiempo y los azares del destino, que bien te hunden en la miseria o bien te sacan de tu vida y te insertan en otra mejor. Una película sobre la fuerza del vínculo genético y la marca que los primeros años de vida dejan en un individuo. Un amor tan poderoso que supera todas las barreras geográficas, logísticas y lógicas que pueda haber. Un relato tan sorprendente (increíble que sea cierto) que por sí sólo logra que el espectador se introduzca en la diégesis con pleno interés y que no decaiga su atención. Pero además de este estupendo guión de Luke Davies, adaptación de la novela autobiográfica A long way home, la película está muy bien realizada. El realizador debutante Garth Davis filma con vigor y variedad visual, aprovechándose de otro trabajo fotográfico notable de Greg Fraser. La envolvente y melodramática música de Dustin O´Halloran y Hauschka contribuyen de manera palpable (quizás excesiva) a inducir al espectador a un estado de ternura y compungimiento. Y apoyándose en Sunny Pawar, el filme relata con acierto y potencia narrativo una primera parte excelente, en la que seguimos al infante extraviado y sus penurias.
Si bien las elecciones de casting fueron muy acertadas en el resto de personajes (que tanto se parecen físicamente como captan la personalidad de sus personajes), elegir a Dev Patel supone, por tanto, un error, pese al empeño interpretativo que exhibe. Y una vez pasan 20 años, el filme se detiene y se centra únicamente en el pesar y la culpa de Saroo encerrado en su hogar con el Google Maps, en unas secuencias plagadas de flahbacks y recreaciones mentales reiterativas y plagadas de piano y afectación en pos de la lágrima fácil, aderezando este período de tiempo tan comprimido con una historia de amor con Rooney Mara que no va a ningún sitio. La manipulación emocional es total, y el mensaje de duda familiar y remordimientos por hacer un bien rompiendo las familias de unos niños que no son hojas en blanco se transmite sin sutilidad alguna.
Cinematográficamente, León no presenta nada memorable a nivel formal, y su impacto palidecerá pronto, pero el interés obsesivo que despierta por la vida que relata es tal que bien la hace merecedora de nuestra atención. 7/10