Seis años después de fascinar al mundo con la colosal Réquiem por un sueño logró Aronofsky estrenar comercialmente su obra más personal; un proyecto que sufrió cambio de actores y demás vicisitudes, que tuvo que rodarse con un presupuesto muy inferior al inicial y que cerca estuvo de volver al cajón. Finalmente llega a nosotros, una obra radical, extrema, que para bien o para mal afecta al espectador. Ante todo, es un ejemplo de como contar un drama bajo una apariencia de cine fantástico.
Tom es médico, y experimentando con monos busca desesperadamente la curación de los tumores para salvar a su amada Isabel de la muerte, que finalmente la llevará. Esta historia contemporánea nos es narrada simultaneamente con otras dos historias con el mismo protagonista (Un gran Jackman), pero en distintos momentos históricos: en primer lugar tenemos a Tomás, un guerrero colonial español del siglo XVII que en su afán de proteger a su reina del yugo de la Inquisición sigue su mandato y acude a las pirámides mayas en busca del árbol de la vida que otorga la inmortalidad al que beba su savia. Por otro lado tenemos a un Tom calvo y meditativo que , en el siglo XVI, vaga por las nebulosas espaciales en una nave esférica con el árbol de la vida en dirección a la constelación de Xibalba, inspiradora de la mitología maya, para recuperar a Isabel (la de la historia contemporánea), que atormenta su conciencia.
Si nos ponemos fantásticos, las historias bien podrían ser reales considerando que Tomás bebió la savia y será el último hombre vivo en el futuro, afrontando la inmortalidad con el árbol y buscando hacerlo con su mujer. Sin embargo, lo más razonable es que la única real sea la presente; la historia maya es la recreación en imágenes del libro que está escribiendo Izzy, The Fountain, metáfora de su relación. Y el viaje espacial, de clara inspiración budista (el misticismo impregna el filme), no sería más que el espacio mental de Tom.
La película es trágica, terriblemente triste. Jackman sufre durante todo el metraje, y la preciosa banda sonora de Clint Mansell resalza esa sensación. Historia sobre el amor y la superación de la muerte, cuyo impacto nos lleva a desear la inmortalidad. El sentimiento perdura más allá de la carne.
Eficazmente representada y hermosa en su aspecto visual (no embargo en su escenografía e imaginería visual se aprecia la lucha por disimular la escasez de medios). Irregular en su desarrollo y de metraje poco ágil (la última media hora es muy reiterativa), pero obra noble y cargada de sentimiento.